Hace una semana le pregunté a un amigo: ¿Qué podemos hacer como personas individuales para frenar el coronavirus? Me contestó que ese era un reto de los gobernantes y de la comunidad científica, no nuestro. – “Lo que podemos hacer es respetar las normas que los gobiernos nos imponen”, puntualizó.
No me he quedado satisfecha con su respuesta porque pienso que no somos conscientes del poder que tenemos como individuos. He escuchado otras opiniones como respuesta al rebrote que estamos viviendo en Europa: “Lo único que podemos hacer es continuar nuestra vida porque hagamos lo que hagamos corremos el riesgo de contagiarnos”.
Otra persona me dijo: “El coronavirus solo afecta a las personas que ya están enfermas, a mi no me va a dar porque estoy sana”. Una venezolana me dijo: “En mi país estamos acostumbrados a tener todo tipo de enfermedades, el coronavirus no nos asusta”. Esta opinión la he escuchado en otras personas latinoamericanas, “que más nos da, si nosotros padecemos la malaria y otras enfermedades, nuestro sistema inmunológico es más fuerte”.
Las opiniones anteriores son sesgos de pensamiento que nos ayudan a minimizar la situación de peligro que estamos viviendo en la actualidad. La muerte en la mayoría de las culturas occidentales no es del todo aceptada y utilizamos una serie de mecanismos mentales para no pensar en ella.
Hay estudios que han constatado que es normal que pensemos en la muerte de nuestros seres queridos y menos común que pensemos en la nuestra. Lo hacemos cuando somos mayores, pero cuando somos jóvenes y tenemos salud, ni siquiera nos planteamos esta posibilidad.
Desde que se levantó el confinamiento muchas personas en España han bajado la guardia en cuanto a las normas de higiene que manteníamos mientras estuvimos confinados. Una amiga, ya no se quita los zapatos antes de entrar en su casa y tampoco se cambia de ropa a diario.
Imagínate que multipliquemos el comportamiento de mi amiga por 1,000. Entonces, habrá mil personas que se han relajado en relación a las medidas que hay que tomar para evitar contagiarnos de este virus.
Esta situación me recuerda a una cliente que hacía régimen para perder peso pero en cuanto adelgazaba comía como antes y volvía a engordar. Su pensamiento era mágico porque creía que solo bastaba hacer un esfuerzo y que luego con independencia de lo que comiera, se mantendría delgada. ¡Así le va a mi clienta!
A mi me invitaron a una mediterránea isla española a pasar unos días y decliné la invitación porque no se si soy positiva asintomática o si estoy poniendo en riesgo a otras personas. En principio, parece una postura exagerada, pero no lo es. No se trata de que las personas no se vayan de vacaciones, se trata de asumir la realidad y tomar medidas: si te vas de vacaciones… ¡hazlo respetando las normas!
Cerca de mi casa hay un restaurante con unas diminutas mesas en las que los comensales se sientan a menos de medio metro de distancia. ¿El dueño tendría que modificar el tamaño de las mesas? Está claro que le supondría una inversión que habría que poner en una balanza: ¿gasto dinero o pongo en riesgo la salud de mis clientes? O ¿son ellos los responsables de elegir mi restaurante para comer?
Se trata de que todos asumamos la responsabilidad. En culturas jerárquicas en las que las personas están acostumbrados a recibir instrucciones es más probable que estas acaten las medidas anti-contagio por medio de multas o medidas muy estrictas.
En culturas menos jerárquicas y más horizontales, los ciudadanos son más conscientes del poder que tienen y precisamente, deseo que seas consciente de que tienes mucho poder para evitar contagiarte de la COVID-19 o contagiar a otros.
También está la postura de las personas que dicen: “Si de algo nos vamos a morir. Que sea de coronavirus sin renunciar a mi libertad”. En este caso, no estás eligiendo solamente por ti, porque existe la posibilidad de que seas asintomático y puedas contagiar a otras personas. Tu decisión de contagiarte repercute en otras personas que no se quieren contagiar.
¿Y qué me dices de las posturas presentistas no reflexivas? Me refiero a las personas que dicen que hay que disfrutar el presente porque solo se vive una vez. Si es verdad que hay disfrutar el presente, a tope si cabe, pero sin olvidar las consecuencias que nuestros actos pueden tener en el futuro.
Sin entrar en minuciosidades científicas aún no sabemos cómo curar el virus de la COVID-19. Mientras llegue ese momento estamos viviendo de manera diferente, siguiendo protocolos que antes eran impensables, relacionándonos con otros patrones de comunicación, y despertando cada mañana con una sensación de incertidumbre que terminará siendo habitual.
Conclusiones
1. Debemos continuar nuestras vidas siguiendo a pie juntillas las normas para evitar los contagios.
2. Los sesgos de pensamiento para protegernos del miedo a la muerte proporcionan un alivio temporal. Debemos asumir la realidad como personas adultas.
3. Los actos pequeños se pueden convertir en actos grandiosos: llevar la mascarilla, guardar la distancia adecuada con otras personas, lavarte las manos, lavar tu ropa, dejar los zapatos en la entrada, etc.
No subestimes tu poder personal, tus decisiones como persona individual son valiosas a nivel universal.
Mercedes Valladares Pineda
Psicóloga Experta en Coaching TransCultural